miércoles, 22 de octubre de 2008

Recién había llegado del mercado, cuando me dispuse a realizar los quehaceres de mi casa. Eran eso de las 11, y el teléfono no sonaba. Debo reconocer que eso me llamaba la atención, porque era la hora típica en la cual Julio me llamaba avisándome que se haría una escapadita de la oficina para venir a visitarme. Pero no podía hacer nada, ni acudir a nadie para calmar mi preocupación. Decidí esperar hasta que no aguanté más la intriga de saber qué pasaba. Entonces se me ocurrió un plan; llamaría a su esposa, haciéndome pasar por una socia suya. Fue entonces cuando su esposa me dijo lo de la internación. En ese preciso instante, un mar de dudas invadió mi ser. ¿Qué debía hacer? Yo sabía que no lo amaba, pero tenía cierta lástima por él. Esa lástima me hubiera dirigido hacia su habitación, pero sabía el riesgo que corría en caso de encontrarme con su familia. El miedo superó a la lástima. Además supuse que un hombre como él, tan autosuficiente y con aires de superioridad no necesitaria la compañía de una amante ordinaria. A decir verdad, fue su sobervia la cual prevaleció ante mis ganas de saber de él; seguramente su mundo ejecutivo no renunciará a su presencia.